Por Marcela Turati. La marcha de las mujeres en Washington DC que no fue una marcha porque éramos tantas, tantos, que nos quedamos atrapadas, encajonadas, sin poder caminar ni para delante ni para atrás. Hasta que este mar de mujeres venidas de todo Estados Unidos, de todas las generaciones, de diversas raíces, se desbordó de manera natural y, como riachuelos, distintas marchas se fueron abriendo paso por horas y horas en las que todo estuvo pintado de rosa. Difícil ver el templete o hallarle un centro. Difícil seguir la ruta anunciada inicialmente. Y cuando pensabas que ya habías encontrado las orillas de la manifestación te topabas con otra corriente de almas indignadas, desafiantes, creativas, lúdicas, irreverentes, esperanzadas. Parecía una ciudad habitada por mujeres. Fue la protesta más impresionante de todas las que he visto y reporteado, no sólo por la cantidad de gente, también por la energía que se sentía, por los gritos de júbilo que llenaban las calles, los vagones de metro, los bares, de quienes emocionadas se dicen ‘somos muchas’. La más pacífica. Esperanzadora, para muchxs; sanadora para quienes dejaron de reconocer a su país en las pasadas elecciones presidenciales y estaban atrapadxs en el horror paralizante. Inspiradora de lo que se puede lograr. Aglutinadora de muchas agendas, muy variadas, aunque con un mismo grito y advertencia al señor Trump de que estará vigilado, y de que no debe meterse con las mujeres.
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