El Estado Islámico o cómo nos hemos olvidado de al-Qaeda

(El orden mundial).- El 29 de junio de 2014, el grupo terrorista Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIL en sus siglas en inglés) difundía un mensaje en vídeo en el que proclamaba un Califato en Irak y Siria. Desde ese momento, el jefe de la organización, Abu Bakr al-Baghdadi, se convertía en el líder de todos los musulmanes del mundo y ellos pasaban a denominarse el Estado Islámico. En tan sólo un año, han aumentado su poder y se han hecho con la atención de los medios de comunicación internacionales, al mismo tiempo que han incrementado los niveles de alerta por amenaza terrorista en los países occidentales.

El panorama del terrorismo internacional ha entrado en una fase nueva con esta proclamación y el desafío que se presenta a la comunidad internacional es ahora más complejo de lo que ya era, con una bicefalia que obliga a doblar esfuerzos y con un alcance y crecimiento nunca vistos hasta ahora. Pero, ¿cómo hemos llegado hasta aquí?

 

El Islam y la yihad: una aclaración

Al hablar de terrorismo internacional, concretamente del yihadismo salafista, es importante aclarar algunos aspectos de la terminología para no cometer errores que puedan conducir a fallos en la compresión holística de la situación.

Las amenazas actuales a la paz y seguridad provienen de grupos terroristas que han emprendido su cruzada particular contra todos aquellos que no sigan los dictados de la sharia – camino o senda del islam –. Relacionar islam con violencia es un error cada vez más común. Entre las diferentes escuelas, cabe destacar para la ocasión la conocida como ‘salafismo’. Sus orígenes se encuentran en la década de los años ochenta en Arabia Saudí; el elevado crecimiento económico logrado por este país ha dotado de medios suficientes a los seguidores de esta escuela para difundir sus dictados más allá de sus fronteras.

El salafismo es una versión fundamentalista del islam en la que se siguen de manera literal los textos sagrados. Esta doctrina tradicional empezó a adoptar tintes políticos con su expansión a países como Egipto hasta que apareció la rama violenta: el yihadismo. Pero incluso aquí hay variaciones. El término yihad, de manera generalista, es la lucha del musulmán con su ‘yo’ interior para poder vivir de acuerdo con la sharia. Sin embargo, los salafistas entienden la lucha que supone la yihad como una batalla literal contra aquellos que no sigan los dictados del Islam y que no estén de acuerdo con esa lucha. Esta versión radical de la religión lleva incluso a establecer como infieles a otros musulmanes que no profesan este camino de extremismo. Así, la yihad global tiene como objetivo final restablecer la gloria del pasado de los musulmanes mediante la creación de un estado islámico que borraría las fronteras de numerosos países en varios continentes.

Los orígenes del Estado Islámico

A principios de los años 90, un joven jordano llamado Abu Musab al Zarqawi, comenzó a colaborar con el grupo armado ‘El Ejército de Levante’. Una década más tarde, con la invasión estadounidense de Irak, vieron la oportunidad de lanzar sus tres primeros grandes ataques en 2003, al tiempo que cambiaban el nombre a la organización. Al año siguiente, al Zarqawi dio el paso y se unió a al-Qaeda, creando así ‘al-Qaeda en Irak (AQI)’. Las actuaciones de esta rama territorial empezaron a atraer a jóvenes extranjeros que querían hacer la yihad y sus ataques iban dirigidos principalmente contra la población chií, lo cual generaba inquietud en los líderes de la organización matriz. Esta línea de ataques contradecía los mandatos del núcleo central del grupo terrorista, que llamaba a luchar contra los invasores extranjeros y no contra otros musulmanes. Sin embargo, la rama en Irak hacía oídos sordos y continuó ensañándose con los chiíes, generando un conflicto religioso que se hizo evidente con el ataque en 2006 a la mezquita al Askarri, en Samarra. Al Zarqawi murió en junio de ese mismo año a causa de un ataque aéreo por parte de Estados Unidos y meses más tarde la organización adoptó el nombre de Estado Islámico en Irak.

La presión internacional y los ataques continuados contra objetivos clave desembocan en una pérdida de poder y capacidad operativa de la organización, que pasa varios años intentando recomponerse sin un éxito remarcable. En el mes de mayo de 2010, Abu Bakr al Baghdadi asume el liderazgo del Estado Islámico de Irak. A comienzos del 2012, el grupo lanza una campaña para reflotar su actividad y recuperar el territorio perdido en esos seis años. Sin embargo, será a partir de abril de 2013 cuando los medios comiencen a hacerse más eco de las acciones de esta rama territorial de al-Qaeda y cuando declaran que el grupo Jabhat al Nusra es su escisión en Siria. Desde ese momento, pasan a denominarse como el Estado Islámico en Irak y en Siria/Levante (ISIS/ISIL en inglés). La polémica es casi inmediata ya que al-Nusra rechaza esta declaración y no aceptan ser sus subordinados. Desde entonces, ISIS comienza una campaña de ataques en Siria contra otros grupos armados, cambiando por completo el panorama en el país. Avanzan a una velocidad considerable y comienzan a sumar apoyos al tiempo que acumulan detractores. Su gran golpe de efecto tendrá lugar en enero de 2014 cuando logran hacerse con el control de la ciudad Siria de Raqqa, la cual pasa a convertirse en la capital del emirato.

Las críticas por parte de al-Qaeda central se acentúan y las posiciones se distancian cada vez más, ya que ISIS afirma seguir los dictados de Osama bin Laden – fallecido en 2011 en Pakistán – y no los del actual líder de la organización, Ayman al Zawahiri. Ambas organizaciones comparten un mismo objetivo, la creación de un califato para todo el mundo árabe, pero difieren en prácticamente todo lo demás, incluyendo los medios para lograrlo o los objetivos a abatir.

Otro momento clave para ISIS tendría lugar en junio de 2014 cuando conquistan la segunda ciudad iraquí, Mosul, y controlan importantes áreas de la frontera entre Siria e Irak. A finales de ese mismo mes, anuncian el restablecimiento del califato y se autodenominan Estado Islámico. Tan sólo un mes más tarde, el califa Abu Bakr al Baghdadi realiza su primera aparición pública en una mezquita en Mosul, en la que enfatiza en la existencia del califato y pasa a denominarse a sí mismo como Califa Ibrahim.

 

Estado Islámico vs. Al-Qaeda

El salafismo yihadista, en su versión global, aboga por luchar hasta derrotar a los principales actores occidentales con el objetivo de establecer un verdadero estado islámico. Hasta hace poco más de un año, al-Qaeda lideraba esta cruzada contra los infieles, siendo la cabeza visible de un complejo entramado de organizaciones cuya piedra angular era la guerra santa. No obstante, tras los atentados del 11 de septiembre, la amenaza terrorista global dejó de tener una forma clara y ha pasado a ser una complicada red de alianzas y desencuentros entre grupos, células, ramificaciones territoriales y lobos solitarios. Con la declaración del califato, el mapa del terror ha evolucionado a una velocidad de vértigo y al-Qaeda ha pasado a un segundo plano.

Aunque compartan el mismo objetivo, las diferencias son notables entre las dos grandes organizaciones yihadistas, y eso ha desembocado en el éxito imparable de una y en la lucha por mantener el protagonismo, de alguna manera, de la otra. Hasta el año 2014, ISIS era una rama territorial de AQ pero, tras las tensiones continuas, Ayman al-Zawahiri decidió romper oficialmente las relaciones. Desde entonces, las principales ramificaciones y grupos afines con los que cuenta la organización son: al-Qaeda en la Península Arábiga (AQPA, en Yemen especialmente), al-Qaeda en el Maghreb Islámico (AQMI, mayoritariamente en el norte de África), al-Shabab (principalmente en Somalia) y el frente al-Nusra (en Siria). Al mismo tiempo, la relación con los talibanes, liderados por Mullah Omar, continúa tal y como era en la época de Bin Laden.

Por su parte, el Estado Islámico – o Daesh, si utilizamos el acrónimo en árabe – ha ido acumulando desde junio de 2014 peticiones de alianzas o bay’a de numerosos grupos repartidos desde Argelia hasta Filipinas. Entre ellas, cabe destacar la enviada a través de un mensaje de audio el 7 de marzo de 2015 por el grupo terrorista nigeriano Boko Haram (BH), en la que juraba lealtad al Califa y ofrecía esta bay’a al EI. Unos días más tarde, el 12 de marzo, al-Baghdadi aceptaba el ofrecimiento y llamaba a los yihadistas de la región a unirse a BH.

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La estrategia de expansión durante todo este año para ampliar su califato, a través de aquellos grupos que ofrecen la alianza, puede suponer un arma de doble filo para la organización. Por un lado, le está permitiendo ganar posiciones y territorios más allá de Irak y Siria, pero, al mismo tiempo, supone todo un desafío. Los riesgos de que la bay’a no produzca resultados satisfactorios, véase que el grupo en cuestión pierda capacidad de influencia o territorio en la región que controla, pasaría a ser una pérdida de poder del Estado Islámico en la zona. Y esto puede tener unos costes muy altos para una organización que encuentra en la propaganda una de sus mayores bazas.

Precisamente, la campaña de comunicación que ha desarrollado es otro de los principales hechos diferenciales que debe ser tenido en cuenta. En pleno siglo XXI, la hegemonía del yihadismo a nivel mundial pasa por internet y el EI ha sabido adaptarse a la perfección, mientras que al-Qaeda se ha mantenido en la línea de comunicación que solían desarrollar, ofreciendo una vida de huidas, habitando grutas perdidas en las montañas y sin ningún tipo de atractivo para un joven radicalizado que vive en los suburbios de cualquier ciudad europea. El Estado Islámico ofrece una vida muy distinta. El califato cuenta con un control total de numerosas ciudades en Siria e Irak donde, además de instruir a los jóvenes muyahidines, disponen un gran número de servicios públicos para toda la población, y presentan la posibilidad de formar una familia y de vivir una vida en lucha constante pero sin los parajes inhóspitos que se ofrecían hasta ahora. Todo ello sumado a una fuerte campaña por internet en la que producen vídeos con una realización muy cuidada y en los que muestran todas las ventajas de integrarse en el califato. Además, cuentan con una acción intensa en las redes sociales y publican regularmente su revista propagandística Dabiq. Esta publicación sirve de fuente de reclutamiento para cientos de jóvenes musulmanes radicalizados o, simplemente, convertidos recientemente a raíz del furor generado por el efecto llamada del EI y que deciden dejar sus vidas en Occidente para hacer la yihad.

En términos del objetivo contra el que dirigir su lucha, también hay diferencias entre las dos organizaciones. Cuando el actual Estado Islámico aún era al-Qaeda en Irak, su fijación con la población chií a la hora de realizar sus ataques y el hecho de difundir por mensajes de vídeo ejecuciones tales como decapitaciones suponían una constante preocupación para el núcleo central de Al Qaeda. Fue así tanto en vida de Osama bin Laden – tal y como se puede observar en las cartas encontradas en su refugio en Abbottabad y que han sido publicadas recientemente – como tras su muerte, con al-Zawahiri al mando, hasta el punto de producirse la separación oficial en 2014.

La línea de al-Qaeda siempre ha sido concentrar todos los esfuerzos en combatir al enemigo extranjero, aquel que ha invadido tierra árabe y que debe ser eliminado. Para ellos, otros musulmanes, como los chiíes, aunque tengan fuertes diferencias, siguen considerándolos como seguidores del Islam y, por lo tanto, deben estar fuera del foco de sus ataques. Para el Estado Islámico, en cambio, sólo aquellos que apoyan y contribuyen al salafismo yihadista son auténticos musulmanes, por lo que cualquier otro grupo está en su punto de mira. Además, el procedimiento y la difusión de sus ataques dista mucho de todo aquello a lo que la opinión pública estaba acostumbrada. Las ejecuciones son grabadas en vídeo con una producción de altísima calidad, con traducción en inglés y francés para alcanzar al público occidental, y todo ello envuelto con una banda sonora que llama a unirse a la yihad y luchar por el califato eliminando a los infieles. La crueldad de sus actos es rápidamente difundida por la red y aviva la llama de aquellos que están incubando el germen del extremismo en cualquier lugar del mundo.

Esta competición por ser el líder del terrorismo internacional supone una gran amenaza para Occidente, donde se está librando una carrera en la que la única manera de adelantar posiciones es masacrar a poblaciones inocentes, con el fantasma de que se vuelva a producir otro gran ataque en Europa o Norteamérica que pueda superar a todos los realizados anteriormente.

La situación actual del terrorismo internacional

Captura de pantalla 2015-07-12 a la(s) 23.23.13Los esfuerzos de la comunidad internacional por hacer retroceder a estos actores, que suponen una de las principales amenazas para la seguridad, no están dando sus frutos. Las políticas, que abordan el problema a medias y no proyectan una visión a largo plazo a la hora de desarrollar un plan de acción, están dando lugar a una rápida expansión del yihadismo. Los recursos con los que cuenta este movimiento le permiten expandirse con facilidad y hacer frente a los maltrechos ejércitos de Siria e Irak. El temor se expande en Oriente Medio y en Occidente.

El líder de esta lucha por el califato global ha ampliado sus dominios desde que comenzó el año. Ahora ha pasado a controlar importantes extensiones de terreno en Irak y Siria, que en el mes de enero aún no estaban en su poder, y cada vez está más cerca de Damasco.

Además, Libia se presenta como un nuevo terreno que conquistar. El Estado Islámico multiplica rápidamente su presencia en él, pasando de simples ataques a ocupar amplias zonas de territorio. En medio de este panorama, lograr un gobierno de coalición en el país se convierte en el pilar fundamental para poder hacer frente al Daesh y evitar que el caos en el que está sumido el pueblo libio no sea aún mayor.

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El salafismo yihadista cuenta entre sus filas con jóvenes de procedencias muy diversas, siendo los que más preocupan aquellos procedentes de Occidente. Generalmente, son hijos de inmigrantes que han nacido en Europa o en Norteamérica y que se han radicalizado debido a multitud de factores. Estos jóvenes ven en el proyecto del Estado Islámico un plan de vida, la oportunidad de ser parte de la Historia al contribuir, incluso con sus vidas, a la restauración del califato. Son captados en mezquitas de barrio, en las que los discursos extremistas y radicales están a la orden del día, o a través de la propaganda que se puede encontrar en internet y a la que el EI dedica gran parte de sus esfuerzos.

Cabe destacar también la captación de mujeres jóvenes que dejan sus vidas en el país en el que nacieron para viajar a Oriente Medio y casarse con un yihadista al que han conocido en internet. Estas jóvenes también se unen al grupo terrorista para ser luchadoras y también como reclutadoras, a través de las redes sociales, de nuevos muyahidines.

 

A todo ello se suma el papel de los llamados ‘lobos solitarios’ que, sin tener ningún contacto directo con la organización más allá de lo que internet les ofrece, alcanzan altos grados de radicalización. Estos niveles elevados acaban desembocando en ataques contra ‘objetivos blandos’, que suelen escaparse del radar de las fuerzas de seguridad que tratan de neutralizar a los yihadistas en Occidente.

Las fuentes de las que se nutre el Estado Islámico son diversas y todas ellas le proporcionan los medios necesarios para afianzarse como una de las amenazas más preocupantes para la seguridad en los cinco continentes. La capacidad de reacción de la comunidad internacional está puesta en entredicho en este primer aniversario de la restauración del Califato. Daesh ha aumentado su territorio, ha ganado poder e influencia entre los grupos yihadistas de todo el mundo y todo apunta a que este crecimiento va a continuar. El segundo plano que ha pasado a ocupar al-Qaeda en el panorama del terrorismo internacional y su rivalidad con el EI no disminuye la posibilidad de una alianza a medio plazo de estos dos actores. La implantación del Califato en todas aquellas tierras que en algún momento fueron territorio musulmán y el odio hacia Occidente y los infieles son el motor que une a estas dos organizaciones. Por lo tanto, no sería extraño encontrarnos con algún tipo de colaboración en un futuro no muy lejano, con todas las consecuencias que esto podría acarrear en términos de seguridad y conflictos.

Si el yihadismo global decide unir fuerzas ante una misma cruzada, requerirá una colaboración muy estrecha y eficaz entre organizaciones internacionales y regionales para dar una respuesta contundente al terrorismo. Para combatirlo, es necesario un análisis en el que se desenmarañe el complejo entramado de relaciones existente entre todos los grupos que conforman la red yihadista por todo el mundo. Los planes del salafismo yihadista son avanzar hacia un objetivo claro y la responsabilidad de la comunidad internacional es interponerse en su camino con rotundidad para proteger la libertad y los derechos humanos, valores que son la base de cualquier sociedad, no importa en qué punto del mapa se encuentre.

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