Para entender la crisis en La Jornada

Por Blanche Petrich.                                                    Para aquellos amigos míos, tan políticamente correctos, esta reflexión de una reportera a toda prueba…

No es tan difícil comprender. Hace décadas fundamos este sindicato. Fue nuestra generación la que sentó las bases de un contrato colectivo de avanzada para su época, de la mano de una patronal, encabezada por Carlos Payán y Carmen Lira, que alentó la conquista de grandes de grandes beneficios ´para los jornaleros.
De este modo, el entorno laboral de La Jornada ha sido, por años, envidiable para otros medios de comunicación donde no hay ni sindicato, ni garantías de empleo, ni salarios dignos, mucho menos prestaciones extraordinarias. Sí, esos medios que ahora se escandalizan por “el recorte del ingreso” en La Jornada.
Pero la industria de la prensa ha cambiado drásticamente. Las posibilidades de ingresos se redujeron con el auge del internet , la contracción de la economía y los recortes de las pautas publicitarias. Hace años discutimos internamente sobre la necesidad de ajustar el CCT a las posibilidades reales del diario para sobrevivir con finanzas sanas y un mínimo de garantías laborales para los trabajadores.
Hasta que tocamos fondo. Recortar las prestaciones extraordinarias –que en pocos casos, solo los de mayor antigüedad, representan realmente el 40 por ciento del ingreso—se tornó en la única posibilidad de evitar que el pago de nómina se comiera al periódico entero. Con documentos y números, los trabajadores fueron confrontados con esta realidad.
Pero la actual dirección sindical que encabeza Judith Calderón decidió dar la espalda a esta realidad. Con un discurso trasnochado y falsedades envenenó el ambiente interno del periódico. Alentó la polarización y pudo desacreditar la dura verdad de los números. Los aplausos interesados de afuera –Ciro Gómez Leyva entre otros—la envalentonaron.
Participé en alguna fase de las negociaciones con el sindicato. Doy fe de la sordera malintencionada de sus dirigentes.
¿Hay detrás una intención política de hacer naufragar a La Jornada, un periódico que muchos estarían felices de ver desaparecer? Imposible saberlo.
Más de medio año de golpeteo y manipulaciones dieron sus réditos. Un nutrido grupo de compañeros, entre ellos pocos periodistas, muchos trabajadores de nuevo ingreso, sin noción de lo que ha sido nuestra historia y nuestra lucha, optaron por la vía de la autodestrucción. Prestaciones extraordinarias o huelga. En nada ponderaron la garantía de mantener el empleo, de conservar el salario íntegro y seguir obteniendo las prestaciones de ley. Para ellos, mantener el beneficio de los vales para el supermercado no representó ningún valor. En ningún momento aceptaron mirar el panorama a su alrededor, donde los despidos sin derechos es la agenda diaria de la mayoría de los medios.
Prestaciones extraordinarias o huelga. Con esa mirada al abismo ayer pusieron los candados y las banderas rojinegras en nuestro periódico. Con un pequeño grupo de compañeros nos mantuvimos largas horas de lluvia y hostilidad pegados a la reja, como un gesto de apoyo a quienes se afanaban, adentro, para no faltar a la cita diaria con los lectores. Y desde ahí pude observar y sentir el resentimiento y la rabia.
Vi a muchos jóvenes experimentar la huelga como una aventura, un juego. ¿Silenciar La Jornada? ¡Qué importa! ¡Viva la huelga!
Vi a otros compañeros de más edad vivir su hora de la revancha, el momento del desahogo, el insulto, el aflorar del desprecio contra reporteros, fotógrafos, moneros y editores que cada día aportan al periódico esa dosis de verdad que nuestros lectores esperan leer en nuestras páginas. Escuché a viejos asesores sindicales de gremios que siempre recibieron solidaridad en La Jornada azuzar el ánimo de pelea.
A muchos no nos dejaron entrar al diario. A muchos otros los dejaron encerrados en el interior –dos candados en la reja, por si las dudas—durante más de 20 horas. Y a eso le llaman lucha. No puede haber afirmación más incongruente.
Amigos de La Jornada se han volcado en muestras de solidaridad. Pero otros –me ha dolido—mantienen su distancia. No quieren expresar en público su repudio a una huelga, por corrección política o qué se yo.
A final de cuentas, no creo que sea demasiado complicado entender. La empresa apuesta por la sobrevivencia de La Jornada, con todo lo que ello implica. Los huelguistas, por lo contrario, por su silencio.

Blanche Petrich

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