Ni Vicente Fox, el presidente más folclórico, coloquial y desparpajado que hemos tenido los mexicanos, llegó jamás a proyectar su frustración, hartazgo y quizás hasta agotamiento político y cansancio físico de una manera tan plástica como Enrique Peña Nieto, este martes, en un seminario organizado por EL FINANCIERO-Bloomberg y Grupo Financiero Interacciones. “Un Presidente no creo que se levante, ni creo que se haya levantado, pensando, y perdón que lo diga, cómo joder a México”. Para un político mexiquense, formado en la escuela política de mayor ritual y formas que hay en el país, la utilización de la palabra malsonante “joder” es tan insólito –tanto que la mayoría de los periódicos de la Ciudad de México le dieron su titular principal– como extraño. La jerarquización en los medios es correcta desde el punto de vista que habla del carácter de Peña Nieto. La pregunta es si el presidente entiende las implicaciones de lo que dijo, o qué es lo que quiere que los mexicanos entendamos que dijo.
No es un juego de palabras. “Joder” tiene varios significados en el diccionario de la Real Academia Española, donde dos de sus acepciones se encuentran en el contexto de las improvisadas palabras del presidente al terminar una sesión de preguntas y respuestas. Dícese de molestar o fastidiar a alguien, o de destrozar, arruinar o echar a perder algo. Uno, entonces, puede pensar que lo que Peña Nieto quiso decir es que ni él ni nadie de sus antecesores se levanta todas las mañanas pensando de qué manera le fastidia la vida al prójimo o, en el caso particular de un presidente, cómo arruinar el futuro de una sociedad. Una vez más, la palabra en sí misma fue desafortunada. Juega perfectamente en contra de su llamado a la acción, “Mover a México”, que motivó que los memes, esa nueva forma ingeniosa y salvaje de comunicación política, tradujeran rápidamente el logo de su llamado motivacional en “Joder a México”.
“Joder a México” no es de su autoría intelectual. Así se llama un documental elaborado por el Canal 6 de Julio, que hace la propaganda de Andrés Manuel López Obrador, que colocó su tráiler en las redes sociales hace ocho meses –el 28 de febrero pasado–, y que no tuvo tanta difusión como este fin de semana, cuando volvió a tener una vida activa en Facebook. Cuál fue el detonador del presidente Peña Nieto para que utilizara tan desacertada palabra, sólo él lo sabe. Pero no es por qué lo dijo, sino qué existe en su estructura mental para haber llegado a este punto después de una evolución negativa de la forma como percibe que la opinión pública lo trata. Primero fue su crítica reiterada a los medios de comunicación, de que sólo se asoman a lo negativo de su gestión y, como se le escapó alguna vez con el micrófono abierto el año pasado, no lo aplauden. Esa inconformidad se tradujo en una exitosa propaganda con motivo del Cuatro Informe de Gobierno, sustentada en la frase “lo bueno no se cuenta, pero cuenta mucho”, para narrar las historias de éxito que soslaya la prensa.
La frustración del presidente está en que no le reconoce la opinión pública que ha hecho. Entre ello, como dijo en el foro, el que sea el primero en reconocer los aciertos y logros, así como las fallas y los errores. Quizás en su dislexia política es donde está el origen del desencuentro. ¿Cómo entender que su motivación central no es “joder” a los mexicanos, cuando horas después de afirmarlo designó al senador Raúl Cervantes como nuevo procurador general? Cervantes, un gran abogado constitucionalista, no sabe nada de derecho penal, que no es más grave que nombrar para la procuración y administración de la justicia a quien se ha visto involucrado en demandas de diversos tipos, una de ellas fundamental: de violencia intrafamiliar, aireado públicamente por su exesposa, la empresaria Angélica Fuentes. En esta misma línea de acción también se encuentra el nombramiento de su compadre, Luis Enrique Miranda, como secretario de Desarrollo Social, cuyos antecedentes como secretario de Gobierno en el Estado de México fue lograr la gobernabilidad mediante la compra de opositores, como lo hizo con los líderes de la Coordinadora Magisterial durante tres años en el gobierno federal, en una rebelión inconclusa todavía en contra de la reforma educativa.
El presidente defiende pero no explica sus nombramientos o destituciones, como el de la exprocuradora Arely Gómez, o el de Luis Videgaray, en Hacienda. Los relevos, si no son por errores, son entonces ¿por cuestiones metafísicas? Peña Nieto no procesa sus equívocos con la rapidez como lo afirmó el martes. El escándalo de la ‘casa blanca’, difundido en noviembre de 2014, fue reconocido como un error por el presidente en julio de 2016, casi un año y siete meses después. En el caso de la visita de Donald Trump a México, que arrastra con negativos en la opinión pública sin precedentes en las mediciones presidenciales y un conflicto con los demócratas en Estados Unidos, sigue manteniendo que no fue un error haberlo hecho. Hace tiempo se dice incomprendido porque el crimen de los normalistas de Ayotzinapa no se ubica en el plano municipal o estatal, pero no admite que al invitar a los familiares de las víctimas a Los Pinos, y firmar un documento exigido por ellos, llevó el caso al ámbito federal.
Peña Nieto, puede uno argumentar, no se levanta pesando cómo “joder” a México. Pero sería bueno saber cómo define esa palabra, porque hasta ahora, la forma como ha tomado decisiones sí ha “jodido” a México y a él mismo, en un suicidio político que seguramente no ha sido su intención cometerlo.
«¡Joder!», como dicen los españoles, ¡explíquenos que quiere decir, señor presidente!
Por: El Financiero