Textos y Contextos
Por Miguel Alejandro Rivera
México vive una crisis, o quizá, México vive muchas crisis como hacía tiempo no se veía. El estratosférico precio de la gasolina en un mundo de petróleos baratos, el crecimiento de la inseguridad, el sistemático acoso a la libertad de expresión y la enorme pobreza, son sólo algunos de los problemas con los que el Estado se despierta día a día, y que se maximizaron cuando hace más de un año desaparecieron 43 estudiantes.
Debido a ello, la administración de Enrique Peña Nieto ha tenido fuertes mellas en su popularidad. Aunque el presidente ha intentado recuperarse con su discurso reformista o con cambios radicales en su gabinete, las audiencias del siglo XXI ya no son tan fáciles de engatusar; es decir, sólo un milagro podría salvar a ese hombre que mete la pata una y otra vez, unas veces de maneras cómicas, como cuando confunde las capitales de los estados, y otras de formas asquerosas, como cuando enumeramos las matanzas que ha habido durante su sexenio: Tlatlaya, Ayotzinapa, Apatzingan, Ostula…
El milagro para Peña vendrá del Vaticano, de aquel que es el representante de Dios en la Tierra: Jorge Mario Bergoglio, mejor conocido como Francisco I. En tiempos donde la política se trata más de espectáculo que de administración pública, la llegada de un personaje de estas magnitudes trae consigo no sólo “bendiciones” a nuestro país, sino una sinergia mediática en la cual el Gobierno Federal seguro estará gustoso de montarse.
Los beneficios que el Sumo Pontífice puede traerle a Peña son tantos que no importa el costo: por ejemplo, la visita en 2012 del entonces Papa, Benedicto XVI, significó un gasto de 57 millones de pesos para los gobiernos municipal y estatal de León y Guanajuato, en el reforzamiento de la seguridad, acondicionamiento urbano, protección civil, etc. Seguramente, el gasto para recibir a Francisco I será aún mayor.
Precisamente en el marco de la visita de Benedicto XVI a México, la edición de la arquidiócesis “Desde la Fe”, admitió que el entonces Papa encontraría un México lleno de violencia, desintegración familiar y pobreza; un país en el cual el número de católicos, se admitía, había descendido de 88% a 83%. Hoy, ¿qué México recibirá al Papa más crítico de los últimos tiempos? Parece que uno no muy distinto al de hace tres años… sino es que está peor.
Juan Pablo II fue conocido como “el Papa Peregrino”, el religioso que rezaba en las catedrales o en las mezquitas, amado en México por su espíritu bondadoso; un hombre que supo ocultar su sangrienta lucha anticomunista bajo su inmaculada envestidura papal. Francisco I es más directo, él ha descansado su administración del Vaticano en la austeridad y en ser uno de los líderes de opinión más influyentes de estos tiempos: habla sobre la libertad de expresión, la homosexualidad, el aborto e incluso el narcotráfico.
En este último tema, habría que ver si al gobierno mexicano ya se le pasó la molestia expresada por Antonio Mead, entonces Secretario de Relaciones Exteriores, cuando en febrero de este año, Francisco I pidió al legislador argentino Gustavo Vera “evitar la mexicanización de Argentina”, por la creciente actividad del narcotráfico en su país.
Haya dicho lo que haya dicho, lo pasado, pasado: en un país de 93 millones de creyentes, “pan y circo al pueblo”… el gobierno que le tiene miedo al populismo, regala fe para ver si así sube su aceptación ciudadana.