No hace mucho advertíamos que ante la impunidad, la injusticia y las mil y un formas de comprobar que vivimos en el país del “no pasa nada”, la vía que había tomado el enojo social era el de exhibir en videos en redes sociales a los cientos de lordes y ladies que estaban teniendo una conducta socialmente reprobable.

No hay un ejemplo más paradigmático de ello que Lord Nazi Ruso, el ciudadano ucraniano Alexey Makeev que deambulaba por Cancún insultando y agrediendo a quien se le ponía enfrente, particularmente mexicanos.

A diferencia de los otros casos, no había necesidad de ninguna cámara justiciera de algún testigo de los hechos que grabara cuando llamaba “mierda” a las personas que veía, les hacía señas obscenas a bebés, o amenazaba con cortarles la cabeza. Era el propio Makeev quien guardaba registro de sus acciones a través de videos que posteriormente subía a su canal de YouTube.

Cansados de su comportamiento, el fin de semana pasado habitantes de Cancún decidieron darle un escarmiento al ucraniano y entraron a su casa para golpearlo con palos y piedras. En esta acción el joven que adelantaba la turba fue apuñalado por Makeev, quien le provocó heridas que le costaron la vida.

Al momento de escribir estas líneas, el extranjero se reporta en coma inducido y se habla de que podría quedar con parálisis en el brazo izquierdo debido a las lesiones cerebrales que las pedradas y los golpes dejaron.

El caso no podría ser más elocuente, pues lamentamos los resultados no sólo quienes creemos en la obligación ética de preservar y respetar la vida incluso de quien nos puede resultar tan deleznable como Makeev, sino también quienes -de haber ocurrido- hubieran celebrado la muerte del extranjero.

No es el considerado “villano” de esta historia la víctima fatal de una la masa enardecida, sino uno de quienes formaron parte de ella.

Si desde la ética podría haber debate, a la luz de los resultados no hay mucho margen para argumentos que sostengan que ése es el camino para la solución de los problemas, pues, lo más probable es que el extranjero no sea condenado por homicidio dado que el fallecido entró al domicilio de Makeev por la fuerza, sin consentimiento y con intenciones de herirlo.

A juzgar por los vídeos que el propio Makeev subía a la red, exhibiendo las suásticas nazis, propagando amenazas de muerte, y al mismo tiempo exhibiendo sus credenciales oficiales con nombre y apellido, todo parece indicar que se trata de una persona fuera de sus cabales y con problemas psiquiátricos. De acuerdo a la información que circula, ya había sido atendido en una institución en su tierra natal alguna vez, sin embargo se le dejó ir.

Este trágico incidente ocurrió producto del hartazgo social de quienes se saben indefensos ante la mayoría de los problemas sociales, desde los más sencillos y pequeños, a los más grandes y molestos.

Cansados de meses de quejas, de arrestos continuos por agresiones que pronto se solucionaban, los quintanarroenses hicieron caso al llamado de Yudiel Flores Tovar, quien se hace llamar El coyote consentido, cuando difundió los vídeos hechos por el ucraniano e hizo pública la dirección exacta del extranjero retando “a ver quién llegaba primero” si la justicia “ciudadana”, o las autoridades en la materia. Los resultados están a la vista.

Esta historia que podría parecer anecdótica, es sólo un ejemplo de lo que sucede todos los días en el país. Si bien no son multitudes a palo y piedras en mano las que hacen justicia diariamente, es innegable que la gente busca formas alternativas de resolver los problemas que las instancias de procuración de justicia no pueden manejar.

Para vergüenza de todos y desperdicio de nuestros impuestos, “buscadores” es ya un término de habla cotidiana para describir a quienes con sus propios medios siguen la huella de sus familiares desaparecidos, ante la más ofensiva de las abulias gubernamentales.

En los pueblos, es bien sabido que ante el secuestro de un familiar es “preferible” acudir al “narco de confianza” para pedir su apoyo ya sea logístico o económico porque se sabe que quienes fueron electos como autoridades no moverán un dedo, ya sea por incapacidad, falta de voluntad o temor.

Lo increíble, Isabel Miranda de Wallace se convirtió en una asesora de facto de la Procuraduría General de Justicia y en una conferenciante recurrente para hablar de inseguridad y asuntos penales por haber hecho justo lo que estas instancias no hicieron ante el presunto secuestro de su hijo. Ni siquiera la constante confesión de haber sometido a tortura a quienes supuestamente habrían privado de la libertad y asesinado a su hijo han sido motivo para que cuando menos se investigue su conducta en lugar de vanagloriarla.

La renuncia del Estado a cumplir sus obligaciones alcanza ya hasta las áreas más esenciales, como la seguridad. Mientras los teóricos discuten si México tiene un Estado Fallido o el Estado no existe, el resto vivimos en la ambivalencia de sentirse en la inseguridad total, y sin embargo, cuando se trata de las libertades, sentir a la bestia jadeando en el hombro.

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